La falta de herramientas intelectuales como el lenguaje, como una educación asistida, organizada y proyectada para una flexibilización de los campos de la comprensión, del entendimiento y de la sabiduría hacen que el individuo entre en un proceso de desgaste y muy profundo de constricción conceptual. Escucha pero no entiende, oye pero no

comprende, lee pero no interpreta.

Lo que se «le dice» al ciudadano no es absorbido ni procesado como concreto y «esencial» sino que es tomado como «dato», como información de peso abstracto y aislado.

La falta de «ejercicio filosófico» -y no hablo de la filosofía como ciencia sino como ejercitación intelectual básica- hace que el ciudadano sistemática y metódicamente -es decir de manera estructural- vaya alejándose de las probabilidades de adquirir nuevos conceptos, nuevas formas e ideas como para resolver de manera creativa sus condicionamientos existenciales del momento.

Esta enfermedad, la constricción conceptual, no es un «virus» que surge espontáneamente sino que fue un proceso de desgaste y de asimilación de «subvalores» que se fueron asentando para estructurar una nueva «inteligencia reducida» en el hombre y en la mujer de todos los días. Si a este estado del ser se lo asocia con otra gama de enfermedades de las que venimos escribiendo en donde: no te entiendo entonces «no existís», no sos de mi misma «raza» entonces «no existís», en donde «no me jodas con cosas que no son de «mi área» », etc.

La «cosa» de la constricción conceptual es de muy difícil resolución en lo inmediato, pero debemos trabajar para que sea superada individual y socialmente.

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