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Es cierto que no existe índice que indique valor o nivel de la instrucción, educación o cultura vernácula que no sea un «absoluto» absurdo e inconcebible número de verguenza nacional. Desde los índices de utilización de palabras cotidianas por habitante en su coloquio cotidiano que se ha transformado en «exclamaciones animales» o en muletillas repetidas hasta el hartazgo y en cualquier situación, a la falta de interés absoluto de las dirigencias en las políticas educativas, al sueldo de los maestros, a la pérdida de la ética y de la moral educativa en éstos, o a cualquier punto desde donde se nos observe culturalmente el patrón de la catástrofe social es apabullante.
Este dejarse estar irresponsable de todas las dirigencias nacionales en relación al tema de la educación ha generado la pérdida de instrumentos y dinámicas intelectuales individuales y sociales de los más primitivos y básicos elementos.
No hay lenguaje -se lo ha sustituido por ruidos-, no hay visualización mental -se la ha sustituido por potenciadores de colores, de volúmenes, etc.- no hay códigos de comunicación -se los ha sustituido por impulsos de relación social incoherentes, no hay orden en los parlamentos -se los ha sustituido por un barullo público que se expresa en la t.v., en la radio, o en cualquier reunión social o de trabajo.
Todo ésto, y muchísimo más, han producido un efecto gravísimo de cerramiento intelectual en donde pareciera que, aún para peor, el dato o un conjunto de éstos -información- es lo único que el ser humano argentino debe tomar y asumir como válido. En donde el proceso de «intelectualización», de manejo del dato o de la información tomada no es importante ni significativo. El hombre toma dato y lo escupe, toma información y «sin procesarla» la escupe. No piensa, no calibra, no evalúa, no siente. Consecuencia: cada semejante con el que nos encontramos, si queremos comunicarnos, debemos «descubrir» por dónde entrarle a la «caja negra» que tiene como cerebro o como desorden de ideas que no sabe ni siquiera como ordenar por si mismo.
El cerramiento intelectual se justifica y excusa de mil maneras y con mil actitudes distintas. Desde «no me interesa» a «no es mi área», a «no me lo des escrito, explicámelo», a «yo no estoy para leer», a cualquier otra excusa para reducir el esfuerzo de pensar. Está demás decir que en nuestro país tanto la filosofía como la filosofía aplicada -ciencia y tecnología- tiene muy pocos adeptos y seguidores -raras avis- dentro del gallinero que han creado, en el que nos han metido y que nos han dejado.
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