La enfermedad pública y la dificultad de crear «universos reales productivos y rentables» nos ha llevado a «jugar con la palabra». Desde hace décadas es un deporte nacional que, en donde uno se encuentre, «arma su mundo de palabras» de lo que está haciendo, de en qué cosas está, de con quién se codea o a quién enganchó en tal o cual cosa, de lo bien que le va a ir y de lo maravilloso que ésto le va a resultar o de lo muchísimo que le va a rendir.

La verbalización de universos creados con la palabra hacen de las relaciones cotidianas «una increíble aventura de vidas y de experiencias virtuales» que se desploman simplemente con el correr de las horas o con la confirmación de las «realidades» concretas en la vida de todos los días que sigue adelante sin mella ni cambios que la afecten, pero sí habiendo creado una acumulación de «frustraciones de universos virtuales no realizados» en el inconsciente producidos por esa verbalización excesiva.

Por supuesto que es parte del «sistema» porque lo mismo se da en muchas otras culturas y países en donde «hacer algo efectivo y concreto» es muy difícil -hasta casi imposible- mucho más cuando el hombre o la mujer busca niveles de superación existencial más allá de lo que el sistema quiere que avance o se realice.

Así, todos estudian inglés eternamente, y los sistemas se encargan de que sea «realmente» eternamente; y aquella persona que «quiere ser distinto» dice que estudia «japonés» y el núcleo social que la rodea, es «shokeado» y ésto produce una mayor atención e «interés» momentáneo hacia la relación o la persona. Todos estamos en «nuevos y maravillosos negocios» o trabajos ycuando nos volvemos a encontrar resulta que esos negocios o esos nuevos trabajos se «esfumaron» como por arte de magia.

Si queremos que nos tomen en serio y queremos superar enfermedades sociales que hemos adquirido debemos acotar el universo de las fantasías reduciendo la verbalización y concentrándonos -aunque sea poco e insignificante- en hablar del mundo real y de las cosas reales que vivimos y compartimos. En vez de florear fantasías, adornemos con palabras maravillosas las cosas que hacemos, con quiénes las hacemos y para qué las hacemos. Situaciones y estados que «realmente» hayamos construido y estemos viviendo.

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