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MECANICA DE UN PODER CORROMPIDO
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LA INMUNIDADEl diccionario dice: f. "Calidad de inmune". 2. "Privilegio local concedido a los templos en virtud del cual los delincuentes no eran condenados en ciertos casos con pena corporal."
Inmunidad parlamentaria "prerrogativa de los senadores y diputados a cortes, que los exime de ser detenidos, procesados o juzgados, sin orden del respectivo cuerpo legislador, salvo en determinados casos".
A diario escuchamos, y cada vez más, hablar de la inmunidad de tal o cual EFEPE o de la impunidad con que cometen todo tipo de atropellos contra la decencia, contra el sentido común y el bien hacer o contra cualquiera de nosotros, todo ésto es "comidilla" de las noticias cotidianas. Muchos de nosotros ante tamañas desproporciones nos preguntamos cómo puede ser, hasta cuándo va a seguir todo ésto, quién le va a poner un tope o cómo se le puede poner un tope a semejante evidente delincuencia pública en la toma de decisiones "que nos concierne a todos" -ya que juegan para ellos mismos, para su propio rédito y placer, con el patrimonio y con la vida -en todos sus rangos y áreas- de todos y cada uno de los argentinos.
El "eje de las tres ies" que planteo en esta obra -inmunidad, impunidad e indolencia social- son una conjunción conceptual que clarifica mucho de toda esta maraña de cosas complejas, pero no tanto, que nos inunda y preocupa a diario. Interpretar un universo perdido en tan difíciles laberintos de los sistemas que bien nos supimos imponer es parte de la aventura social a la que nos hemos avocado.
Qué término juntar con cuál otro, qué área de ese universo integrar a cuál otra área, en fin, comenzar a desandar las complejidades que nos impusimos y que hacen de la resolución de los problemas de relación entre el individuo y su mundo de lo público un tema muy difícil, se resuelve con la creación de "ejes" de conceptos intelectualizados, y el eje de las tres ies ataca en ese sentido conjuntos que pareciera son imposibles de resolver o modificar, pero no es así.
La imnunidad tiene que ver con la carcasa de normas jurídicas que inunda al mundo moderno. En nuestro caso el ciudadano que vive en Bs. As. tiene la presión de 24.500 leyes nacionales, de 33.000 ordenanzas municipales, de todo otro marco regulatorio de sus haceres y de sus no deber hacer, etc. Y en nuestra relación con la función pública, lo mismo que a nivel mundial en otros países, la norma protege antes que a nadie más al funcionario que la dicta. Entonces el problema de la inmunidad se resuelve "compactando" la elefantiasis jurídico-legal, dictando a su vez un conjunto de normas claras que impongan la remoción instantánea del EFEPE " en conflicto " con el bien hacer público o con la necesidad inmediata y/o inminente del ciudadano que está representando en la función pública y, tercero, dictando normas claras de el norte hacia dónde debe tender toda la legislación y todo el andamiaje organizativo-adminstrativo público: la satisfacción de la necesidad individual y social de todo el conjunto de habitantes que se relacionan y desarrollan dentro de la órbita de influencia de esa administración pública.
La inmunidad pasa entonces por el marco regulatorio jurídico-legal.
La impunidad, tema del próximo punto, se resuelve desde la flexibilidad o "movilidad" que la norma o regulación administrativa impone al EFEPE, es decir que tiene más que ver con el grado de controles que se le establecen en su función, las formas y tiempos en que esos controles se le imponen y quiénes son "los otros ciudadanos" que deben controlarlo. El marco de controles en la función hace, por un lado, que la persona que asume sepa el límite de su accionar. El segundo punto es que la norma administrativa debe explícitamente presentar una clara definición de cuales son las penalidades y castigos que el EFEPE va a tener si se "excede" o se abusa en sus funciones atentando contra el bien común, contra la propiedad y contra la persona del ciudadano, este es el tema siguiente.
El punto sobre la indolencia social es un tema que pasa por la psicología personal de las personas que ostentan cargos públicos, por la psicología social de ellas y por la sociología como ciencias de la disciplina humana, para no profundizar aún más en el ser y en sus pasiones.
El manejo, entonces, de la resolución de tan complejo tema pasa por comprender y utilizar estos tres conceptos dentro del mismo eje de relación.
Inmunidad: hemos hecho la norma jurídica, hemos armado el derecho moderno, o se ha desarmado, de lo que fue un derecho constituído de la necesidad de representar el derecho natural a la existencia de cada uno de nosotros, saltando a tratar de "legislar" la cada vez más inminente necesidad de estar legalislando en asuntos que concernían a la resolución inmediata de problemas o necesidades -léanse intereses creados y negociados- de grupos específicos de poder. El legislador moderno no es un proveedor de proyecciones o ideales sociales a constituir en norma para "aceitar los mecanismos de la realización individual en lo social macro", el legislador actual es un simple legalizador de las barbaridades ejecutivas que se le ocurren a sujetos que están al mando de las funciones públicas y que encuentran, siempre para sí y para sus entornos inmediatas, la "factibilidad" de un negocio fácil altamente rentable: hedonismo puro y de la peor calaña.
Ya, y desde hace muchísimas décadas, no es el filósofo, el realizador social, el preocupado por el bienestar público, y tantos otros bien intencionados ciudadanos, e idóneos, los que marcan la norma jurídica sino que es simplemente el "delincuente político" el que la dicta. Y el término calificándolo de delincuente político es en realidad un término "light". Cuando analizamos la destrucción de sistemas públicos, de los sistemas sociales en todas sus áreas de necesidad, y comprendemos realmente a qué puntos hemos llegados con la corrupción judicial, con la corrupción política y con la corrupción institucional; cuando comprendemos a que punto se ha llegado en el maltrato público que el funcionario público despreocupada e indolentemente le da a nuestros mayores, a nuestros desvalidos a nuestros hijos y su futuro, y a todo el general que no sea él mismo y su entorno de "bienestar propio y personal", solo ahí comenzamos a comprender la magnitud del daño que estos delincuentes públicos producen en todo lo nuestro y fundamentalmente en nuestras vidas.
La norma jurídica que los legaliza ha dejado sus secuelas en todo el andamiaje jurídico nacional, así se llega a que es -o debería ser- el órgano de mayor nivel ético moral -La Corte Suprema de Justicia de la Nación- la que en realidad representa la mayor prostitución de valores y de principios que nos deberían reglar y orientar, y a la que llamamos el "quiste de la corrupción de la cuestión argentina". De aquí para abajo el "laisser faire laisser passer" se transforma en un circo público sin contención de ningún tipo para que cualquier tipo de animal humano se despache con su espectáculo mientra todos los otros observamos perplejos sus malabares y piruetas: hasta que venga otro a hacer lo suyo, lo propio, de la misma manera.
Siempre, si observamos bien, son los mismos actores, los políticos y funcionarios públicos, los que se encargan de delinquir y de llenar de "normas protectoras de inmunidad pública" al susodicho delincuente. Siempre, si dejamos de lado los vaivenes intencionales y cómplices de las noticias de los titulares de todos los días, vamos a ver que, salvo alguno que otro chivo expiatorio -condenado a un par de años de reclusión en establecimientos propios o de atención al personal VIP- el resto se regodea con la recaudación que hacen con la plata de nuestros propios bolsillos, al final de cada función. Todos. No hay excepciones de qué algunos más otros menos. Todos son cómplices solidarios del "abuso al patrimonio y a la vida del ciudadano argentino", o del extranjero que viene a invertir pensando que "ésta es la tierra de la miel y de la leche"... para unos pocos en realidad.
Hay que rever toda la legislación y reducirla a niveles dignos y aceptables de contención social y de la necesidad futura de la sociedad argentina toda. Sin éste primer paso: el circo va a continuar, solo para el bien de los payasos que lo arman cotidianamente.