Por último convendría decir unas pocas palabras sobre la organización de los grupos de trabajo.

Antiguamente, aún hoy, una persona para activarse en la enseñanza de idiomas no nativos buscaba un lugar, buscaba un método, buscaba un interpretador -si no era ella misma la profesora- y comenzaba a enseñar.

Ante la presencia de 1700 institutos de idiomas en Tokio y a medida que mis técnicas de aprendizaje se iban tendenciando hacia lo sensible y natural dejando atrás lo racional y artificial fui variando esta actitud tradicional: lugar, método adquirido, interpretador y estudiantes que entraban y salían del aula.

La organización de una escuela de idiomas como segundas lenguas debe “nacer en el estudiante”, potenciarse en un grupo -de 3 a 5 estudiantes, nunca más de 7- y debe dinamizarse con un manejo de varios profesores especializados alrededor de ella.

La inercia y la fuerza que tal organización producen es de proporciones más que considerables y efectivas.

Surge un solo inconveniente. Este tipo de constitución trabajado desde “lo natural y sensible” produce efectos de grupos de terapia en donde el maestro debe cuidar especialmente tres cosas ante el abandono y la falta reiterada de alguno de sus miembros, los conceptos de “sentimiento de abandono”, los “sentimientos de pérdida” -que también se produce no solo cuando un compañero deja definitivamente un grupo sino cuando los cursos están concluyendo- y como tercer punto a considerar: los “sentimientos de orfandad”, este último punto hace también impactos muy serios en la sensibilidad de los componentes del grupo de trabajo y afectan con consecuencias impredecibles las dinámicas de grupos que tanto trabajo nos llevó aplicar y utilizar todo tipo de técnicas para potenciar al máximo al grupo de estudio.

No estamos hablando de grupos tradicionales que vienen a “tomar información técnica de una lengua” estamos hablando de grupos de personas que hemos “cultivado desde lo sensible”, fundamentalmente desde técnicas de manejo y de relación humana.

El descanso y la confianza, sin incluir las enormes expectativas, que cada miembro deposita en el otro, en el caso del maestro, o en los otros en el caso de sus compañeros de estudio es muy grande.

La finalización de “esta primera etapa” debe trabajarse y comprenderse profundamente desde “la pérdida” que se produce al concluir una etapa tan intensa como la que se vivió; así, es responsabilidad del maestro ayudar, desde unas sesiones antes de finalizar el curso general, a que estos sentimientos -que son siempre muy intensos- sean lo más llevaderos posible proyectando al estudiante hacia “otros cursos” o ayudándolo a comprender su “adultez” y responsabilidad hacia sí mismo: ahora que ha sido “lanzado al mundo” con una nueva lengua.