Después de las unificaciones mentales y de las
unificaciones materiales, tenemos que ocuparnos de las unificaciones
sociales, que penetran aun más en la esencia de la economía, que, según
nuestra definición, es justamente la ciencia que trata el mejoramiento del
nivel de vida de la humanidad, por medio de la colaboración social.
Las unificaciones sociales son las asociaciones de los
hombres, que tienen finalidades comunes. Su naturaleza económica es
evidente.
Las finalidades tienen que ser comunes, no sólo iguales.
Si fueran sólo iguales, la unificación sería solamente mental, mientras que,
cuando coinciden, por ser comunes a todos, se hacen sociales y constituyen
la esencia de la asociación.
Por ejemplo: hay asociación entre los tripulantes de un
barco en peligro, mientras se trata de poder salvarse todos en ese único
navío: ahí sobresale la finalidad común de todos juntos. Pero la asociación
se desvanece, después del naufragio, si hay sólo una pequeña balsa que no
alcanza para todos. La finalidad de salvarse, es la misma de antes, en todos
los tripulantes, pero cada uno lo procura por su lado, ya que la finalidad
dejó de ser común, para convertirse en igual, pero individual, no social.
Las asociaciones de hombres, que teniendo las mismas
finalidades, ofrecen sin pedir nada, son las más puras y dignas, como lo son
las asociaciones para el progreso de la Ciencia, del Arte y de la
Literatura, o para el mayor aseo y el urbanismo de las poblaciones.
Si, además, el fin buscado es un provecho no material, ni
directo, ni siquiera indirecto para los asociados, sino para otros que
merecen y carecen de aquel beneficio, se realizan las más elevadas y nobles
asociaciones humanitarias, filantrópicas, religiosas, etcétera.
Desdichadamente, en la realidad, casi todas las
asociaciones que nos rodean, no son tan nobles ni desinteresadas; resultan
en cambio egoístas, ávidas, cínicas, y cuando menos, lucrativas en provecho
propio.
Por lo tanto se plantea el problema fundamental de la
asociación, que se encuentra en todas las asociaciones, desde la más pequeña
a la más grande, o sea, la asociación de todas las naciones del mundo, es
decir, la U.N. (Naciones Unidas).
Se trata de la adopción de resoluciones que obligan a
todos los asociados.
Frente a cualquier propuesta, en general, no se cuenta
con la adhesión de todos los asociados, y por tanto, hay adherentes y
disidentes.
En las asociaciones en las cuales se da sin pedir, este
problema puede presentarse también, pero es superado por el espíritu de bien
de todos los componentes. En las otras, que son casi la totalidad ¿qué se
puede hacer?
Contemplar las voluntades de todos los asociados es
imposible: hay que contentar a algunos y defraudar a otros. Pero ¿qué puede
ocurrir?
Si hay alguien que se impone con la fuerza, moral o
material, un dictador, la asociación actúa sin que el problema se resuelva.
Frente a la prepotencia del dictador, los asociados, al
fin, reaccionan y a la voluntad de un solo individuo la sustituyen por la
voluntad de todos, y surge la democracia, que se presenta siempre como una
reciente conquista de la colectividad, siendo en verdad ¡tan antigua como la
historia misma!
Su estructura es muy simple y está al alcance de todos:
cada asociado tiene derecho a un voto; la mayoría de los votos decide.
Sin embargo, tampoco la democracia soluciona el problema.
Ante todo, los pareceres de cada asociado tienen
diferente valor e importancia, y por lo tanto su unificación es muy injusta,
más aún cuando hay otra injusticia mayor.
En efecto: la minoría está constituida por hombres que
tienen sus derechos en la asociación, pero que son anulados por el derecho
prepotente de la mayoría.
¡No se comprende cómo esta vieja diosa de la democracia
que parece siempre joven, goza de la adoración de todos!
No merece adoración; lo que impone es resignación, la
misma que inspiran los tiranos. Y a menudo, la mayoría democrática, actúa
con atropello tiránico, más aún, con mayor prepotencia, porque siendo
perfectamente legal, no tiene el deber de justificar su prepotencia,
mientras que el tirano, día por día, se preocupa de sus súbditos, ya sea
para obtener su adhesión, o por miedo de que estalle su reacción.
Por lo tanto, ni la dictadura ni la democracia
representan la solución del problema fundamental de las asociaciones.
Podemos llegar a la conclusión de que el problema
fundamental de la asociación, que podemos definir como el problema de salvar
los derechos de la minoría, a pesar de su importancia y gravedad, permanece
aun hoy sin solución, y su actual insolubilidad ¡pesa como una obsesión
sobre toda la humanidad!
Para enfrentar este problema, la economía racional fuera
de todo misticismo, nos recuerda ante todo, que estamos en un procedimiento
de unificación y hemos visto que en todas las unificaciones hay
constantemente una zona gris, una penumbra que constituye la excepción, el
error de unificación.
Esta excepción, es muy parecida a la minoría, que se
halla en la especial unificación que es la asociación, y hemos visto, y
ahora vamos a ilustrarla más, que está excepción no tiene que superar el
límite de conveniencia de la unificación.
En efecto; podemos decir, por ejemplo, que el hombre es
un animal racional, porque los locos son una minoría. Si en cambio del 1%
fuesen el 49% de todos los hombres ¿sería correcto afirmar que los hombres
son animales razonables?
Si así fuera, y según las estadísticas mundiales, siendo
las mujeres el 51% y los hombres el 49% del total, tendríamos que afirmar
que la humanidad está compuesta de mujeres –y por derecho democrático,
tendríamos que confiar a ellas el mando del mundo-.
Y si todo eso es sin duda equivocado ¿por qué decimos que
una ley es justa sólo porque el 51% de los votantes lo han afirmado?
Esta imperfección de las asociaciones, en verdad, produce
en el mundo mucha inestabilidad, y aleja la paz de la humanidad.
Si hay una solución, ésta tiene que encontrarse en el
análisis de la unificación y siendo ésta la consecuencia muy simple de la
elección de una característica, se puede esperar la solución eligiendo mejor
esta característica.
Si por ejemplo, una asociación tiene finalidades
políticas y también religiosas, y no alcanza nunca a tomar decisiones que
satisfagan a todos, puede encontrar su salvación transformándose en dos
asociaciones que tengan solamente finalidades políticas y religiosas
respectivamente.
Exactamente, esto es lo que ocurrió cuando se separó el
gobierno político del religioso.
Podemos, por lo tanto, entrever la posibilidad de
enfrentar el problema, por medio de una revisión de las características
unificadoras, y más precisamente, de una escisión de las características.
Para adelantar algo más en la esencia del problema,
examinemos una avocación que todos conocen, y sin embargo, no todos aprecian
en su alcance trascendental.
Se trata de la única asociación internacional que hoy
actúa de manera perfecta, sin que nadie haya protestado contra ella jamás, y
que no ha sido derrumbada ni siquiera por dos guerras mundiales.
Esta asociación es la Unión Postal Universal –U.P.U.- la
cual reúne a todas las naciones del mundo entre sí –en absoluta igualdad-
hasta el Vaticano con Rusia, no obstante las diferencias de sus respectivos
tamaños territoriales y la recíproca excomunión.
Analicemos este milagro de la Unión Posta Universal.
Notamos en seguida, que al no llamar la atención de
nadie, por su funcionamiento tan perfecto, son muy pocos los que conocen en
qué ciudad del mundo está la sede de la U.P.U., y nunca trasciende en los
diarios que la U.P.U. haya decidido algo, o que tenga controversias con
alguna nación, ni que alguna nación se haya desvinculado de ella, o que
proponga la expulsión de otra nación.
Sin embargo, la U.P.U. es quien moviliza sumas colosales
de dinero en cada rincón de la tierra, sin ninguna preocupación por la
suerte más o menos desdichada de las diversas monedas nacionales.
Se trata de la actividad de un ejército de tres millones
de hombres y mujeres, que realizan las más diferentes tareas: colección,
transporte, distribución, impresión de estampillas, etcétera, y, resumiendo,
se trata del servicio internacional más importante que hasta hoy actuó en el
mundo.
La idea de la U.P.U. es debida al inglés Rowland Hill y
al alemán H. Von Stephan que, sin embargo, ¡tuvieron que luchar mucho para
hacer entender sus ideas a sus contemporáneos!
Examinando la estructura de la U.P.U. quedamos asombrados
por su genialidad económica. Para medirla, tenemos que imaginar, en cambio,
que el servicio de Correos Internacional estuviera a cargo de sociedades
privadas como hoy ocurre por ejemplo en la producción y la venta mundial de
productos petrolíferos, o bien, que fuera administrado por la U.N. ¡donde
hay naciones con derecho de veto!
Todos comprenderán de inmediato que el servicio de Correo
estaría en este caso en crisis permanente, es decir, como ocurre con el
petróleo, sería el centro de recias luchas internacionales, por su
predominio.
La U.P.U., en concreto, propone a todos los Estados su
participación en una asociación cuya sede central tiene poderes
discrecionales casi anulados, por ser la U.P.U. automática y descentrada en
su actividad.
El automatismo, consiste en el hecho de que cualquier
operación se realiza en forma mecánica igual para todos, sin distinción
alguna frente a los diversos remitentes y destinatarios. Esta unificación de
los remitentes frente al buzón, y de los destinatarios frente al cartero es
absoluta.
El descentramiento consiste en el hecho de que todos los
gastos y los ingresos que se realizan en cada Estado, pertenecen a él, sin
que nunca un Estado tenga que cobrar o pagar nada a los otros Estados. Esta
unificación de derechos y deberes de los Estados con respecto a la U.P.U. es
también absoluta.
El funcionamiento automático y descentrado de la U.P.U.
ha logrado el milagro de solucionar el problema fundamental de la
asociación, es decir: la tutela de las minorías en el caso particular del
servicio de correo.
Por lo tanto, además de la operación de escisión de las
características de la asociación que ya hemos encontrado podemos también
aprovechar el automatismo y el descentramiento para intentar la defensa de
las minorías de una asociación.
Esta conclusión nos alienta en tal forma, que llegamos
hasta considerar una aplicación un tanto audaz, en un terreno en el que hoy
resulta casi peligroso internarse: el gobierno económico mundial.
Antes de avanzar en este paso audaz que requiere mucha
atención, hagamos una observación analítica pero básica.
Cada resolución de cualquier asociación, como es
evidente, tiene que referirse al interior, o bien al exterior.
Es decir: o se refiere a las relaciones entre la
asociación y los que están fuera de ella, en el espacio o en el tiempo, o
bien se refiere a las relaciones entre la asociación y los que están dentro
de ella: los asociados.
En el primer caso, hacia el exterior, la asociación tiene
que actuar del mismo modo que actuaría si fuera una entidad cualquiera, sin
referencia al hecho de que está compuesta de asociados, con lo cual cumple
una tarea egoísta.
Frente a esta primera tarea, los asociados tienen que
establecer la directriz de marcha, la cual está a cargo de la presidencia de
la asociación.
En el segundo caso, hacia el interior, la asociación
tiene una tarea completamente diferente: la de repartir entre los asociados,
gastos y utilidades: tarea de justicia.
Frente a esta segunda tarea los asociados tienen que
establecer la repartición entre sí, ya de sus obligaciones, ya de sus
remuneraciones, tarea que está a cargo de la dirección de la asociación.
Esta división de tareas entre la presidencia y la
dirección, no es muy clara para muchos, pero es indispensable destacarla en
toda su evidencia, para penetrar más profundamente en nuestro problema.
Para dar una imagen expresiva de esta división de tareas,
podemos considerar un animal cualquiera. Este, en sus relaciones al
exterior, actúa como unidad –presidencia-, mientras que en su interior, la
naturaleza –dirección- provee por su cuenta a la repartición de los
alimentos entre los órganos y las células, exigiendo de cada una de ellas,
el cumplimiento de su respectivo cometido.
En las asociaciones de cualquier orden que hoy nos
rodean, y que dominan la actividad mundial, esta división entre presidencia
y dirección es constante y nunca puede faltar.
Ahora vamos a ver cómo se presenta el problema
fundamental de las asociaciones, es decir, el Problema de la minoría, ya
frente a la presidencia, ya frente a la dirección, en el caso más difícil de
todas las asociaciones.
En la colectividad humana pueden existir muchas
asociaciones, cada una con sus propias finalidades, cuya existencia
constituye un verdadero progreso económico.
Si algunas de estas asociaciones, a su vez, tiene
finalidades comunes, pueden, permaneciendo autónomas, unirse en una
asociación de asociaciones, lo que constituye un ulterior progreso
económico.
La asociación suprema, a la cual adhieren y en la cual se
disuelve la mayoría de las asociaciones de una colectividad, es el Estado.
El Estado, construcción económica de enorme importancia
que marca el comienzo de la verdadera civilización social, ha dado, y dará
aún más, resultados maravillosos que justifican la admiración y la devoción
de todos los ciudadanos, lo que hace perdonar algunas exageraciones y
errores, formas morbosas de estadolatría.
El Estado tiene una característica, la perpetuidad, que
se traduce, también, en una riqueza creciente.
En efecto, el Estado sobrevive a los ciudadanos. Es
necesario reflexionar, que los que nacen hoy, nacen ricos ya, porque
encuentran listos los caminos, las casas, los puertos, los barcos, las
fábricas, las minas, etcétera, y también a su disposición la ciencia, la
técnica, el arte, etcétera. ¡Patrimonio desmedido, inmenso, incalculable,
frente al cual, la riqueza personal de los millonarios desaparece! Pero es
verdad también que quien muere, deja a su vez todos sus ahorros, su
producción, sus inventos, a la posteridad, sin compensación.
De donde resulta que el Estado es el depositario común de
los antepasados a favor de la posteridad.
Además, el Estado pide también a la generación presente,
una contribución a favor de la posteridad.
En ese sentido, el pedido del Estado es mayor, cuanto más
ha progresado el Estado mismo en el camino de la civilización.
La institución de escuelas, siempre creciente, que
demanda gastos a una generación en pro de las sucesivas, es un ejemplo
típico, como lo es la forestación, porque a menudo, los que plantan árboles
no alcanza a aprovechar su sombra.
Todas las grandes obras públicas se construyen con
referencia a las futuras generaciones. En efecto: si la humanidad supiera
que dentro de cincuenta años, el mundo tendría fatalmente que desaparecer,
¡nadie construiría absolutamente nada!
Esta solidaridad entre el pasado, el presente y el
futuro, constituye la característica trascendental del Estado.
Hoy los pueblos esperan que todos los Estados, sin perder
su propia personalidad, se unan en un Estado supernacional.
Sin embargo, los actuales acontecimientos mundiales dan
la impresión de que esta esperanza es una ilusión, que cada día se desvanece
más.
¿Puede esta visión de un Estado supernacional llegar a
ser una realidad?
Lo que impide hoy esta realización, es el problema
fundamental de la asociación, es decir, el problema de la defensa de la
minoría, del cual nos hemos ocupado detenidamente. Y hemos visto que este
problema casi desaparece, cuando el nivel espiritual de los asociados, llega
a elevadas alturas.
Por lo tanto, hoy el esfuerzo de los hombres más
espirituales, debe tender a elevar el nivel moral de los ciudadanos, hasta
hacerlos llegar a la comprensión, a la tolerancia, al amor fraternal.
La economía racional celebra estos nobles esfuerzos y
rinde homenaje a todos los que, hasta con el sacrifico de su vida, han
luchado para conseguir tan sublime finalidad.
Sin embargo, como el higienista, que pese a su optimismo,
no tiene la ilusión de legar hasta la abolición de las enfermedades, así la
economía racional tampoco tiene la ilusión de lograr la transformación moral
de la humanidad.
Por lo tanto, la economía racional deja a los hombres tal
cual hoy se encuentran, y no pudiendo transformarlos, se propone aprovechar
su egoísmo en procura de la mejor solución.
Para examinar la posibilidad de un Estado supernacional,
es decir, asociación de todos los Estados, tenemos que analizar en primer
lugar las finalidades de todos los Estados, para averiguar si hay entre
ellos, finalidades comunes y convergentes.
Pronto vemos que, según la distinción que hemos hecho,
las presidencias de los Estados tienen personalidades tan diferentes entre
sí, que la asociación de las presidencias de los Estados no parece hoy
posible, más aún, porque la característica trascendental de cada Estado, que
acabamos de destacar, referente a su perpetuidad, las aisla y personaliza.
El fenómeno actual, en cambio, es exactamente
desasociante en todo el mundo: el imperio inglés se disuelve; Irlanda se
independiza, y Escocia piensa hacer lo mismo. En la pequeña Italia, las
regiones obtienen su autonomía. Los nacionalismos de todos los pueblos se
aguzan, y mientras la tierra conserva su tamaño único, el número de los
Estados crece cada día.
La unificación de las presidencias de las naciones, por
lo tanto, no parece por cierto alcanzable, cuando menos en este siglo.
Además, cada Estado tiene su dirección, razón por la
cual, al crecer el número de los Estados, crecen también las direcciones.
Sin embargo, no obstante el sinnúmero de estas
direcciones, se pueden notar unos fenómenos que las acercan a todas, y que
nos sugieren la posibilidad de unas particularidades unificaciones.
Algo de parecido hay en el caso de los hombres, que
mientras sus almas –presidencias- llegan más allá de sus alcances conocidos
y constituyen personalidades netamente destacadas, sus cuerpos –direcciones-
permiten extensas y hondas unificaciones, que hacen posible la medicina,
única para todos los hombres.
La Dirección de cada Estado –gobierno- tiene a su vez dos
tareas con respecto a sus ciudadanos.
La primera tarea, que podemos llamar contractual, es una
tarea normal como la de cualquier asociación; en nuestro caso, se cobran
tasas e impuestos que se destinan a los gastos de obras públicas,
instrucción, policía, ejército, justicia, sanidad, etcétera.
En esta primera tarea no se puede intervenir con la
unificación: es un asunto particular de administración casi familiar y
peculiar para cada Estado.
La segunda tarea, que podemos llamar reguladora, cuida
del mejor desarrollo de las relaciones de los ciudadanos, ya entre sí, ya
para con los extranjeros; leyes y códigos, relaciones de trabajo, de
comercio, de préstamos y de ahorro, contratos y unidades de medida, y todo
lo referente a las monedas.
En esta segunda tarea, muy diferente de la primera, nos
encontramos frente a una constatación muy simple y común.
Es la constatación que hacen los marinos, los viajeros,
los exploradores, etcétera: que aunque se le suponga muy distinto según
razas o latitudes, el mundo de los hombres es todo igual. Cambia la
naturaleza de una a otra región, como cambia el físico de las personas, pero
éstas se asemejan todas entre sí.
La unidad de la humanidad, no sólo es reconocida por los
sabios que estudian los monumentos y sus significados; por Colón, que se
entendió en seguida con los indios: por los exportadores que constatan la
uniformidad de los pedidos, por los estudiosos que encuentran casi iguales
los proverbios de los pueblos; por los misioneros que enseñan la misma
Biblia a hombres de cualquier color, etcétera, sino que cuando no hay
obstáculos de naturaleza política, todos los hombres tienen tendencia hacia
la asociación, porque reconocen sus finalidades comunes.
Esta consideración, nos proporciona la posibilidad de
unificaciones en las actividades que se refieren a las relaciones recíprocas
entre los hombres.
Concluyendo: en la tentativa de unificar todos los
Estados, no hemos encontrado posibilidad o esperanza de unificar las
presidencias nacionales.
En cambio, en lo que se refiere a las direcciones,
tenemos que dejar a cada Estado la tarea de la gestión administrativa
interna, mientras se entrevé la posibilidad de unificar la tarea reguladora
de las relaciones de los ciudadanos entre sí y con los extranjeros, tarea
muy semejante, mejor aún, sustancialmente igual para todos los pueblos del
mundo.
En muchos campos de actividad y en casi todos los
Estados, esta unificación está ya adelantada.
La ciencia, la técnica, el arte, el deporte, etcétera, no
obstante la más viva competencia y el orgullo nacional, superan casi sin
trabas, toda barrera política.
Tampoco los gobiernos civilizados intervienen en las
actividades internas de las iglesias, y en otro terreno, como hemos visto,
la Unión Postal Universal se desenvuelve en forma perfecta en todos los
Estados, mientras se establecen normas internacionales para navegar en el
mar y en el aire, y desde la radio hasta la policía, desde los pagarés hasta
los servicios meteorológicos, los Estados promueven convenios y estrechan
arreglos, sin debilitar, por cierto, la suprema autoridad de cada gobierno
en su propio país.
Entre las actividades que se refieren a las relaciones de
los ciudadanos entre sí o con los extranjeros, tienen un lugar especial y de
enorme importancia las actividades económicas, que son, claro está, de
naturaleza mundial, mientras hoy están bajo las direcciones –gobiernos-
nacionales.
La importancia de los gobiernos nacionales no se puede
pasar por alto, ni poner en tela de juicio. Sin embargo, todos tenemos que
reconocer que estos gobiernos, no logran solucionar hoy, los problemas de
naturaleza económica internacional.
Por otro lado, estos problemas se manifiestan en forma
unitaria en todo el mundo, bajo el aspecto de un malestar universal que no
conoce barreras políticas.
Desocupación y huelgas, recursos no aprovechados y falta
de productos, escasez de maquinarias y sobreproducción, necesidad de
importar y prohibición de exportar, etcétera, son unos, entre miles, de los
fenómenos contradictorios que se manifiestan en la misma forma en todos los
países de todos los continentes.
Y si Estados Unidos y Rusia afirman que no tienen
problemas económicos, no podemos tomarlos en serio, por el hecho de que
ambos han levantado una barrera muy rígida: en Estados Unidos los
trabajadores no pueden entrar; en Rusia, en cambio, no pueden salir. Tampoco
en la cárcel hay problemas económicos.
La Economía racional busca la solución sin rejas y sin
esposas.
Ahora, el hecho que nos asombra y alarma, es que frente a
aquel malestar, los Gobiernos no lo afrontan con igual decisión, ni se
proponen buscar juntos una solución, antes bien, se aislan entre sí lo más
posible.
Por lo tanto: mientras el problema de unificar la tarea
reguladora en el campo económico nos parece muy factible, encontramos, en
cambio, en cada Estado, un impedimento que, en la práctica, se opone a esta
unificación. Y este impedimento tiene que ser igual para todos, por ser ello
tan uniforme, más aún, universal, como uniforme y universal es la tarea
reguladora económica.
La Economía racional, como veremos en forma detenida,
descubre y remueve aquel impedimento que hoy obstaculiza la unificación de
la tarea reguladora económica de los Estados. Estos aprovecharán, en
seguida, la oferta de la Economía Racional, uniéndose en una asociación
supernacional económica, que podrá llamarse gobierno económico mundial.
La tarea de este gobierno será solamente la que hemos
denominado reguladora.
Las tareas que hemos llamado contractuales –de las
direcciones- y aún más, las tareas nacionales de las presidencias, están
totalmente al margen y por encima de este gobierno económico mundial.
Pero aun así ¿se podría negar o menospreciar la enorme
importancia de la economía, en todas las relaciones de amistad de cada
Estado con los otros Estados y con sus ciudadanos?
Por lo tanto, la solución del problema económico que con
la ayuda de la economía racional vamos a resolver, constituirá un auxilio
parcial pero de un valor notable, en la solución del problema supremo de la
paz mundial.
Está muy próximo el día en que la economía –desde el
griego "gobierno de la casa"- quede netamente separada de la política –desde
el griego "gobierno del país"- y sea reconocida como una actividad técnica
fundada sobre una ciencia positiva.
Ese día la política, liberada de una tarea, para la cual
no es idónea, volverá a su función de arte espiritual y a su finalidad muy
noble de guía de los pueblos.
Entonces la política, como todo arte o ciencia no podrá
ser sino aristocrática –desde el griego "gobierno de los mejores"- y la
elección de los dirigentes, como ahora ocurre con los Maestros y los
Magistrados, no será confiada a los votos de los analfabetos.
Siempre ocurrirán incomprensiones e injusticias, y habrá
genios desconocidos, mas los mejores sobresaldrán, y su selección será obra
de un libre y justiciero reconocimiento y no la aplastante imposición de las
masas.
Hoy por razones contingentes, para destruir hegemonías
dominantes tenemos que defender la democracia –desde el griego "gobierno del
pueblo"- , mas en el porvenir se entrevé que el gobierno tendrá que
confiarse a la aristocracia de la política.
Hemos visto a la unificación producir en su forma mental
su primer efecto económico en el símbolo, que por sí mismo y por medio de
las tres operaciones –ordenación , identificación, clasificación- nos brinda
la posibilidad de nuestra cotidiana actividad y bienestar, es decir, un
evidente alcance económico.
Además hemos reconocido a la unificación, en su forma
material, como el primer artífice de la técnica, de la industria, del
comercio y del seguro: actividades esencialmente económicas, que constituyen
la parte concreta de la actual civilización.
Por ende, considerando la unificación de las finalidades,
hemos analizado las asociaciones particulares y la asociación suprema que es
el Estado, en el que el contenido económico es absolutamente evidente y
sobresaliente.
Concluyendo: la unificación no sólo es el procedimiento
fundamental de toda ciencia, y de toda la actividad colectiva sino que se
manifiesta como la esencia de la economía racional, la cual justamente,
según nuestra definición es la ciencia que en una colectividad estudia
mejorar el nivel de vida por medio de las recíprocas relaciones utilitarias
de los individuos.
La Economía Racional, y esto lo vamos a ver a
continuación, ha podido ofrecer la solución teórica del problema económico
social, mediante la unificación suprema del mercado mundial, aprovechando el
principio del invariado monetario en el trinomio económico, y concretando la
acción práctica en la Fundación Universal Hallesint.
La Fundación Universal Hallesint, a su vez, para actuar,
aprovecha los auxilios que hemos ilustrado, y que examinaremos más adelante
en forma detenida.
Ante todo aprovecha la escisión de las características,
en cuanto separa y reúne aquellas características que se pueden unificar
–actividades económicas-.
Además actúa como la U.P.U. sin ningún poder material, pero con método
automático y descentrado, constituyendo el verdadero gobierno económico
mundial, que quitando a los gobiernos políticos, tareas hoy para ellos
abrumadoras, ennoblece sus actividades hoy muy envilecidas, impulsándolos
hacia los más altos destinos de la humanidad.