ECONOMÍA RACIONAL - EL HALLESISMO- Ing. Nicolás MANETTI CUSA

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    II - Yo no quiero viento en popa. ¡Quiero el viento que azota la cara!   N.M.C.

La muerte de Trucco fue silenciada por toda la prensa italiana.

La guerra europea ya estallada y actuante, reclamó muchos hallesistas, que se alejaron de Roma.

Los pocos que quedamos nos reuníamos clandestinamente en casa del doctor Fiorenzani, con el peligro constante de un allanamiento por parte de la policía, que en tiempo de guerra, actuaba en forma más cruel que nunca.

El doctor Fiorenzani, autor de publicaciones hallesitas muy importantes fue invitado por nosotros –Giorgio Di Doménico y Nicolás Manetti Cusa- a tomar parte en el directorio del "Instituto per il Rinovamento Económico".

Cuando, después de la caída y sucesiva liberación, Mussolini recobró el mando de Italia, constituyendo la República Social, que prometía libertad a todos, yo envié al ministro Mezzasoma, amigo mío, una carta pidiendo la libertad de ocuparnos del hallesismo; pero él, después de consultar a Mussolini, me contestó personalmente y me confirmó en carta, que yo guardo todavía ¡que no podía conceder esta libertad!

La llegada de los aliados a Roma llenó de aliento y esperanza nuestros corazones.

Publicamos un manifiesto en toda Italia, e invitamos a los hallesistas a acogerse a la Unión Hallesista italiana reconstruida después de veinte años.

Imprimimos varios libros, editamos también un periódico: La Veritá Económica que hoy es el periódico oficial del movimiento Hallesista.

La reacción de los italianos nos llenó de sorpresa y desaliento. Mucho tiempo más se necesitó para llegar a entender cual sería en cambio la triste realidad.

Durante la ocupación, los norteamericanos nunca ocultaron su desprecio hacia Italia moderna, y nunca fue posible interesarlos en el Hallesismo.

Cuando se constituyó el gobierno independiente en Italia nos dirigimos a él sin obtener contestación jamás. Yo fui a interesar personalmente al presidente de la República: De Incola; pero el resultado no se diferencio del de la audiencia que nos había concedido veinte años antes el rey de Italia.

Se recogieron diez mil firmas –de intelectuales, funcionarios, altos oficiales, obispos, etc.- para pedir al gobierno el examen de la propuesta hallesista; pero nada logramos.

¡Muy tarde comprendimos! Soy italiano y no quiero hablar mal de Italia, pues estoy convencido de que su actual disminuida situación es precaria e Italia no puede faltar nunca al cumplimiento de su misión en el mundo.

Para evitar penosas explicaciones me limito a transcribir un párrafo de una carta que yo envié, a la Sociedad para el progreso de las naciones, que goza en Italia de una grande y merecida reputación por su importancia, y que había encargado a tres economistas, muy autorizados, el estudio del Plan Hallesint.

"… Usted me ha declarado que la Comisión nada había encontrado en dicha propuesta que pudiera objetarse o rechazarse, y después, atendiendo a mi apremiante reclamo, me confesó que la comisión había sentenciado que la Fundación Hallesista habría perturbado las relaciones entre Italia y Norteamérica; y eso sería no sólo impolítico, sino enormemente perjudicial a Italia".

Mi carta fue publicada por los diarios, difundida, y enviada a todos los dirigentes de la Sociedad para el Progreso de las Ciencias.

Nadie se atrevió a desmentirla, objetarla o atenuarla.

Sin embargo Norteamérica no vaciló en plagiar la característica de los Bonos Hallesint, es decir, la financiación de las naciones importadoras, con la obligación de invertir los ingresos en el desarrollo de estas mismas naciones.

En efecto la característica del Plan Marshall además de la limosna, en compensación de la adhesión política, es justamente lamisca de los bonos del Plan Hallesint.

Pero ¡cuánta diferencia entre el Plan Marshall y el Plan Hallesint!

Esta oposición, con todo, no logró hacernos callar.

¡El decir lo que se piensa es un lujo demasiado caro; sin embargo da goce tan grande que cuesta menos de lo que vale!

Pronto me convencí de que yo debía salir de Italia, para poder luchar.

Pero ¿dónde ir?

Por cierto que no a Rusia, ni a sus naciones satélites. Rusia es una gran nación, cuyo desarrollo nos asombra, y que sería absurdo menospreciar. Tampoco podría suponerse que la Fundación Hallesint tuviera que abstenerse de actuar en Rusia, sin ver truncada su misión universal.

No obstante, su actual actitud excluye la posibilidad de que una propuesta amparada por Rusia en su faz inicial, sea bien acogida por todas las demás naciones.

Por otro lado, en Norteamérica hoy nos sería muy difícil luchar. La libertad americana es muy grande, tanto como el océano; y justamente como el océano, Norteamérica nos asusta; puesto que si hay libertad de palabra para nosotros, también la hay para todos aquellos que juzgan perjudicial para ellos nuestra propuesta; y si ellos como es previsible disponen de medios superiores a los nuestros, nuestra voz con su verdad, sería sofocada por sus poderosos medios.

Bajo otro punto de vista, como la propuesta Hallesista se presenta –al parecer- como en son de guerra al oro, en su función monetaria, claro está que los Estados Unidos poseedores de casi todo el oro del mundo, tendrán que oponerse al "supuesto enemigo".

En realidad el Hallesismo representa la paz económica para todo el mundo y en manera especial para Norteamérica; sin embargo, se necesitaría mucho tiempo para poder explicarlo, y por lo tanto, hoy, yo no quiero iniciar mi batalla en Estados Unidos.

Desde las reuniones clandestinas hallesistas en Roma, durante la guerra yo decidí, apenas fuera posible, venir a este país –Argentina- cuyo hermoso porvenir está en el alma de sus hijos.

He arribado aquí en la certidumbre de que desde Buenos Aires, corazón y mente de Sudamérica, yo podré hablar al mundo.

Mi larga experiencia me impide hacerme ilusiones, pues sé perfectamente las dificultades que tengo que superar, porque mientras yo me dirijo a todos por igual, no todos me entienden.

Ante todo, aquí los estudios económicos son poco cultivados.

La culpa no es de los argentinos: Es por completo de la actual "ciencia" económica, que no es una ciencia.

En efecto ¿cómo puede llamarse ciencia a una doctrina que por algunos de sus cultores afirma algo, mientras que por otros cultores no menos autorizados, afirma exactamente lo contrario?

Los argentinos, que no viven en las nubes, no se ocupan demasiado de economía, esperando que algún día los economistas se pongan de acuerdo.

Pero si los economistas no están de acuerdo entre sí, y yo no estoy de acuerdo con todos, aislado y nuevo como soy en el ambiente del país, claro está que se redoblan mis dificultades y no es para mí muy fácil luchar contra todas ellas.

Tengo a mi favor el hecho muy importante por cierto, de que yo no ofrezco una teoría, sino una propuesta práctica, condensada en un contrato ya redactado en ocho artículos muy sencillos, que los gobiernos tendrán que aceptar o rehusar.

Nadie ha afrontado una lucha de ideas, proponiendo un contrato que a todos favorece y a nadie perjudica.

El capitalismo afirma que unas clases sociales, sin trabajar, pueden gozar los bienes del mundo en medida mayor que las clases que trabajan.

El comunismo afirma, en cambio, que los poseedores de bienes, tienen que ser despojados por el Estado.

¡Nadie propone algo que favorezca a todos por igual!

Por lo tanto, con esta arma de paz y bienestar, -el Plan Hallesint- yo he venido a la Argentina a luchar para obtener la victoria.

Cuando llegué, solo, completamente solo, a Buenos Aires, pronto me di cuenta de que nadie conocía nada del Hallesismo no solamente en Argentina, sino en toda Sudamérica.

La tarea de difundirlo me pareció, por ello, superior a mis fuerzas.

No me desanimé: pero ¡a quién dirigirme?

A la opinión pública no era posible llegar, porque además de las dificultades técnicas del asunto, ningún diario, revista o editor se ocupa de algo que no interesa ya a esta opinión pública; y para desarrollar una campaña de prensa, se necesitan enormes medios, que yo no poseía; ni podía pedir nada a los mecenas, porque éstos, aunque digan lo contrario, en realidad siguen siempre la corriente, sin arriesgarse a desafiarla.

Tampoco podía dirigirme a la ciencia oficial, porque el Hallesismo ofrece algo en competencia con ella, ni podía, en fin, pedir ayuda a los partidos políticos –que hoy son los que se ocupan de todos los intereses colectivos- porque el Hallesismo está completamente fuera de toda política.

Sólo un camino quedaba frente a mí: los gobiernos.

Pero los gobiernos, en verdad, no pueden ocuparse de cada idea de cualquier ciudadano, y, aún menos, de las de un extranjero. Se necesita un examen anterior, justamente de parte ya de la opinión pública, ya de los entendidos, ya de los partidos políticos, es decir ¡el juicio de quienes yo no podía ni quería interesar!

Tantos impedimentos juntos, fueron forjando una cadena sin fin, cuyos eslabones aumentaban, soldándose, sin que me fuera posible evitarlo.

Todo intento en tal sentido, resultaba temerario, más aún arriesgado porque don Quijote es muy popular en los países de habla española…

Sin embargo, mi voluntad era más fuerte que cualquier obstáculo, y mi convicción tan enraizada, que los consejos de que renunciara, que todos me regalan con cariñosa generosidad, fueron desoídos por mi fervor.

Mi tarea no es fácil.

Yo soy viejo. Las tablas de mortalidad me conceden la probabilidad de vivir todavía sólo unos años; y ni siquiera mi inagotable optimismo, me da la seguridad de que llegaré a presenciar la constitución de la Fundación.

Cuando dentro de algunos años la Fundación esté en pleno desarrollo, y cada cual use los símbolos Hallesint tan corrientemente como ahora usa las estampillas de correo, todos se preguntarán por qué la Fundación se ha retrasado y detenido medio siglo antes de surgir.

Y todos volcarán por entero su culpa sobre nosotros ¡por no haber sabido presentar y divulgar la nueva economía!

Por eso, para desvirtuar esta injuria póstuma, he escrito y publicado la Economía Racional.

La Economía Racional es mi testamento intelectual y espiritual.

He querido demostrar que el asunto no es sólo muy claro en la mente de quienes lo dominan, sino que se puede exponer en la forma más comprensible para todos; y los que no quieran entenderlo, serán los verdaderos culpables.

Yo, que soy matemático, habría podido llenar el libro de fórmulas; también conozco todas las teorías económicas y habría podido hacer alarde de erudición al citarlas; y como conozco las faltas de dichas teorías económicas, persiguiendo un gran efecto, hubiera podido polemizar contra todos; sin embargo, he elegido exponer el asunto total: -desde la definición de Economía Racional, hasta la presentación del Gobierno Económico Mundial- adoptando la forma más simple, limitándome a una exposición casi popular.

Pero muchos, declararán no entenderme, para evitarse un esfuerzo de comprensión y disimular su desidia al respecto, o para evitar declararse vencidos. ¡Y me combatirán con su acusación de oscuridad y de ignorancia!

¡Todo eso no me extrañaría!

¿Por qué yo, humilde transeúnte, tendría que asombrarme de esto, si hasta las grandes almas de la humanidad han sido combatidas exactamente con la acusación de lo que, precisamente, representaba su mayor valor?

¿No dieron muerte por inmoralidad a Sócrates… y por ambición a Jesús?...

Ya sé que me esperan incomprensiones, apatías, desconfianzas, hostilidades, celos y hasta luchas. Sin embargo, no sólo no me desalienta todo eso, sino que me estimula con el mayor acicate, en mi anheloso viaje.

Nada me asombra. Nada me asusta. No impreco contra la maldad de los hombres, ni me importa que la victoria llegue después de mi muerte.

El triunfo no se gusta en el momento en que se consigue llenar de cansancio, sino, antes, en el momento en que se nos aparece inevitable e indefectible.

Este momento, para mí, ha llegado ya.

La Fundación Hallesint cuenta para su difusión con un obstáculo que la dificulta enormemente: su carencia absoluta de odios.

Los dictadores conocen este obstáculo. Saben que la prédica de la paz es más lenta y difícil que la instigación a la guerra; por eso siempre enseñaron a los pueblos un móvil, contra el cual luchar.

El odio desata pasiones más poderosas y fuertes que el amor.

La Fundación Hallesint, faro de luz en estas tinieblas del equívoco, muestra donde está esa paz tan ansiada, y la promete a los pueblos del mundo como una conquista del espíritu, incapaz de despertar odios, y como sin éstos no hay enconos ni luchas ¡en esa beatitud encuentra su mayor obstáculo la Fundación!

El triunfo del Plan Hallesint no puede ser inmediato; no solamente por las dificultades de penetración, sino por el hecho de que el mundo hoy está dividido entre dos ideologías, equivocadas ambas, pero que no están dispuestas a admitir su equivocación.

Necesito por lo tanto un plan estratégico, porque para vencer no basta tener razón.

El plan estratégico que yo he ideado es muy sencillo.

No pudiendo de pronto hacer surgir la Fundación Universal en todo el mundo, yo me propongo –después de una adecuada preparación- presentar a todas las naciones americanas la creación de la Fundación Americana Hallesint.

Supongamos que Estados Unidos no aceptara, no porque la propuesta le pareciera inconveniente, sino porque su convicción de omnipotencia le impidiera examinarla con objetividad.

Pero en este caso, las otras naciones americanas, ante la propuesta hallesista, que permite la posibilidad de préstamos internacionales, tendrán que aceptar la invitación de hacer examinar la solución hallesista, que valoriza sus recursos, y les otorga la posibilidad de cambiar sus bienes futuros con bienes presentes, sin la humillación de la presencia del acreedor en casa del deudor.

Por este motivo, la creación de la Fundación Sudamericana Hallesint, repito: Sudamericana, representa mi blanco inmediato, y a su cristalización dirijo yo todos mis esfuerzos.

A la Fundación Sudamericana Hallesint que unirá las repúblicas de América Latina –las cuales ya tienen economías complementarias- adherirán, sin duda, naciones de otros continentes, que tienen también economías complementarias, razón por la cual, Estados Unidos acabaría por quedar aislada.

Sin embargo, Estados Unidos naturalmente, frente a las posibles consecuencias de su intransigencia, pronto comprendería en fin la conveniencia de intervenir. Hasta podría ocurrir que la Fundación surgiera en forma Universal. En este caso su Sede Central que, por razones morales yo propongo sea establecida en Roma o en Buenos Aires, podría radicarse en cambio ¡en una ciudad de Norteamérica!

Ese detalle no tendría ninguna importancia para la independencia y autonomía de la Fundación, pues ésta no tiene valores consigo, ni la Sede Central puede tomar decisiones discrecionales a cargo de las Sedes nacionales, siendo el funcionamiento de la Fundación –como se sabe- completamente automático y descentrado como el de la Unión Postal Universal.

Mi propuesta de constituir, ante todo, la Fundación Sudamericana Hallesint cuenta con un precedente histórico, que por estricta analogía, ha tenido siempre sobre mí un valor sugestivo muy notable.

En efecto, la Unión Postal Universal, que ahora para todos es la organización más obvia y normal, tuvo un desarrollo, que hoy parece increíble.

En 1837, Rowland Hill había inventado la estampilla, -que el remitente debía pegar a la carta- y el buzón. Por lo tanto había creado entonces el correo actual, pero en el orden nacional.

En el campo internacional nadie lo supo; y cuando alguien proponía un convenio mundial, todos los gobiernos reaccionaban en defensa de su autonomía.

Sin embargo, Heinrich von Stephan, en el interior de Alemania, entonces muy subdividida, creó entre los estados alemanes –y Austria- una Unión Postal Internacional, muy reducida, pero exactamente parecida a la actual.

Si eso no hubiera ocurrido, el Correo, sin duda, habría tomado muy pronto en el mundo, la forma de una empresa particular internacional o de un trust de empresas, como ahora ocurre con el seguro, el petróleo, etc. y, naturalmente, estaría en poder de los Estados Unidos.

No obstante el éxito evidente de la pequeña Unión Postal Internacional alemana, tuvieron que pasar treinta y siete años para llegar en 1874 a Berna, donde se necesitaron 14 –catorce- sesiones para que muchas naciones -¡no todas! Se atrevieran a constituir la Unión Postal Universal.

Yo pienso que Sudamérica –y Argentina en la delantera- tendrían que dar el ejemplo al mundo constituyendo la Fundación Sudamericana Hallesint, modelo reducido de la Fundación Universal, tal como la Unión Postal Alemana lo fue frente a la Unión Postal Universal.

Argentina es la nación más adecuada para ofrecer al mundo el Plan Hallesint.

Argentina no ha adherido a ningún plan económico internacional porque ha reconocido que ninguno de ellos era inspirado en la justicia; y todos tenían un contenido político; en particular es la más grande Nación que voluntariamente ha quedado fuera del Fondo Monetario y del Banco Mundial.

Políticamente no tiene vinculaciones con las potencias de los bloques hoy en guerra. En fin, Argentina, bajo la guía del Presidente Perón, sigue una directriz de autonomía económica anticapitalista, sin la intemperancia del Comunismo, lo que coincide exactamente con la actitud del Plan Hallesint.

Es verdad que Argentina –sin pedir préstamos- invita al capital extranjero; pero este capital pide algo que no es fácil ni decoroso conceder; y, por lo tanto, ninguna oferta es más oportuna que la propuesta por el Plan Hallesint, que, sin intervenir en manera alguna en la política económica interna de cada gobierno, ofrece a todos los países importadores los capitales de todos los países exportadores.

Mi plan estratégico me lleva a la construcción de la Fundación Sudamericana Hallesint y a la invitación a Argentina para que tome la delantera.

Pero eso no es todo. Tengo que elaborar un plan táctico y desarrollarlo en forma concreta y práctica. Aquí encuentro el obstáculo más grande.

Se trata de una omisión de todas las Constituciones de todas las naciones del mundo. Se trata de la falta de un artículo que diga:

"Cualquier ciudadano, que proponga algo, afirmando que es positivo, concreto, realizable inmediatamente, y de indudable utilidad para el País, tiene el derecho de ser juzgado oficialmente, con público debate y fallo justificado, siempre que tome a su cargo todos los gastos del juicio".

El derecho de no ser condenado, sin público debate, ni fallo justificado, se concede a los más tenebrosos delincuentes, y, por lo tanto es justo que se conceda también y con mayor respeto a los audaces, capaces de proponer a su riesgo algo concreto en bien de los pueblos.

Cada nación tiene su Código Penal, pero no hay en todo el mundo un solo Código Premial. Solamente la ley sobre la propiedad intelectual otorga un privilegio temporal a los autores y a los inventores; y Rusia ha legalizado el Staikanovismo. Hay becas, medallas, monumentos, premios Nobel, etcétera, pero fuera de la ley.

Nemo propheta in patria y lo que es más desagradable es la hipocresía con que las patrias, que han menospreciado y hasta perseguido al propheta, se alaban de él, después de su triunfo en el exterior o en el tiempo, proclamando con orgullo al mundo: ¡Es mi hijo!

Si alguien propone o realiza algo bueno para el país, tiene que esperar…. ¡la compensación y la gratitud ajena! El autor, el inventor encuentra, acaso, una compensación en su conciencia satisfecha, pero el mal es de naturaleza social porque, en general, los contemporáneos no se dan cuenta en seguida del aporte de bien que está contenido en una gran idea o en una oferta de gran alcance y pierden las ventajas ofrecidas.

Todas las historias de los inventos más notables lo demuestran.

Colón prometió dar vuelta a la tierra, Galileo aseguraba que la tierra giraba, y todos se burlaban de ellos. Ahora hasta los niños lo comprenden.

¡Sin embargo los tiempos no han cambiado! Hasta en el campo técnico, donde la averiguación podría ser muy rápida y terminante, los innovadores sufren la incomprensión de los contemporáneos. Marconi tuvo que salir de Italia, y Lilienthal ¡tuvo que morir volando, para lograr la atención de los técnicos sobre sus cálculos de los aviones! Mientras todos han olvidado los nombres de los inventores, no sólo del tenedor, sino de la bicicleta, de la radio y de la televisión…

En el campo económico, donde, fuera de la Economía Racional, no hay "ciencia", la averiguación no encuentra solo incomprensión, ¡sino celos y algo peor!

Decía Shopenhauer: La grandeza de una idea es medida por el tiempo que los contemporáneos necesitan para entenderla.

La opinión pública y los gobiernos hoy actúan en forma tal que aquel artículo de la Constitución que yo propicio, se demuestra necesario, urgente, improrrogable.

En efecto la inercia de la masa es tan formidable que se necesita un esfuerzo colosal para sacudirla, y, en general, los proponentes no tienen los recursos necesarios para semejante sacudida.

Por otro lado la burocracia aún cuando se preocupe de los intereses generales, se da cuenta justamente de no tener la obligación de hacer aquella investigación, y, por lo tanto, la propuesta no llega a conocimiento de los gobiernos.

Hay algo peor, en verdad, cuando la burocracia llega a considerarla, pero no la entiende, y en cambio no se calla, pero no acepta discusiones y la juzga, no con público debate y fallo justificado, sino con un parecer como el del periodista crítico de arte ¡que juzga el valor de un cuadro o de un ballet!

Lo que se necesita es el público debate y el fallo justificado, de manera que el proponente, como los delincuentes, se pueda defender frente a la opinión pública o por lo menos frente a la historia.

Como no se puede sepultar a un hombre, sólo porque parece muerto, así no se tiene el derecho de sepultar una idea porque parece sin vida.

Por lo tanto, para desarrollar el plan táctico tengo que pedir a todas las Naciones Sudamericanas –Argentina en particular- la aprobación de aquel "artículo de la Constitución" que yo propicio, y en la espera –que será, sin duda, muy larga-, pido el público debate y un fallo justificado sobre el PLAN HALLESINT.

La Historia del Hallesismo, por ahora, acaba aquí; ante nosotros se presenta su porvenir. Nadie que conozca el Hallesismo duda, ni un instante, de que la Fundación representa la solución del problema económico mundial, sin la coacción de ningún individuo, clan o nación.

La Fundación representa la seguridad del ahorro, hoy amenazado y continuamente atacado; representa también la liberación de la empresa, hoy sofocada pro la elevada tasa de interés; representa, en fin, la redención del trabajo, que no será más sinónimo de humillación, sino de colaboración, al par que será cada vez más solicitado y recompensado por la empresa, desarrollada sobre la estela de la técnica inagotable.

En el campo social, la Fundación representará la paz, acabando al fin con las luchas entre las clases, mientras en el campo internacional la Fundación otorgará a todas las naciones la posibilidad de aprovechar sus recursos. Las que carecen de ellos en cantidad suficiente a la demanda de su crecida población, encontrarán la posibilidad de evacuar el exceso de esa población, hacia las naciones escasas de habitantes, para el desarrollo de aquellas empresas que la Fundación ha propiciado.

La actividad de la Fundación en la economía mundial enriquecerá pueblos y naciones, mientras que los gobiernos políticos, aliviados del problema económico, podrán dedicarse a los intereses morales y espirituales de los pueblos, hasta el fin supremo y divino de la unión de toda la humanidad y su fusión en su hermandad mundial.


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