En 1893, el genovés Agustín María Trucco, en viaje de
estudios a través de Europa, llegó a París, y tuvo ocasión de visitar los
mercados (Halles) de aquella ciudad. A.M.Trucco anhelaba, hacía ya tiempo,
constituir una empresa comercial internacional que aprovechara, no sólo el
progreso técnico realizado en los transportes de tierra y mar, sino también
el cultivo de relaciones que cada día se estrechaban más entre todas las
naciones del mundo.
En aquellos tiempos –dulces recuerdos de un Paraíso
Perdido- se estudiaba el esperanto, porque parecía que sólo la diversidad
del idioma separaba a los pueblos, mientras que, al mismo tiempo, las
instituciones internacionales y los servicios acumulativos eran bien
acogidos y alentados.
El Zar de todas las Rusias proponía en La Haya la paz y
el desarme de todas las naciones; y el hombre de la calle preveía ya que en
un tiempo muy cercano serían derrumbadas todas las barreras aduaneras, se
disolverían los ejércitos y los puelos se reconocerían todos hermanos.
En los libros escolares se leía, en fin, con igual
solemnidad y rigor, ya que una yarda medía invariablemente 0.9144 mts., ya
que una libra esterlina valía inmutablemente 25.22 francos.
En una atmósfera tan tranquila y optimista, A.M.Trucco viajaba desde una
a otra capital, ensimismado en su estudio organizador, confiado en un
sonriente y sereno porvenir.