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Un Tipo para ser odiado

UN TIPO PARA SER ODIADO

Buenos Aires.Marzo 99.-

Racismo, segregación, xenofobia, etnocentrismo, discriminación y varias otras son palabras que estereotipean fundamentalmente una cosa: niveles muy alto de ignorancia sobre quién ES, qué ES, dónde ES, cuándo ES, cuánto ES, cuál ES, cómo ES, para qué ES y por qué ES el Ser Humano.

El prurito de "esa cosa de piel" que muchos tienen con sus semejantes o la crítica fácil sin conocer al otro son expresiones de todos los días, y aún mucho más.

Para todos esos conciudadanos argentinos, vecinos míos, que tienen "esa cosa" y siendo que me estoy postulando para el más alto cargo público de la Nación, ser vuestro próximo Presidente, he aquí la presentación de los motivos más que suficientes para que me consideren "un tipo para ser odiado".

Nací en una familia en dónde mis cuatro abuelos eran árabes -dos de Alepo dos de Damasco- y dió la casualidad que los cuatro eran judíos, por ende yo soy judío. Nací en la República Argentina, parte de América del Sur o HispanoAmérica o IberoAmérica o LatinoAmérica o del Continente Americano como quieran geográfica, cultural y cívicamente calificarlo. Mi padre y mi madre son argentinos, lo que ya me hace medio argentino "iuris leguismente hablando".

Creyeron, papá y mamá, que debían educar a su hijo en la cultura actual y por venir y así fui tres largos años a jardín de infantes "con inglés", para luego pasar a un colegio humanista cristiano "con inglés", para después seguir en un colegio inglés "con inglés" -nada más y nada menos que un colegio de su Majestad. Por suerte para terminar de "afianzar mi inglés" me enviaron a las British Isles. Pero mis progenito-res no contaron, allí por el ´63, que para ese entonces ya reinaban "cuatro melenudos con guitarras y Twist & Shout" que me convencieron de las bondades de "saber inglés", fue así que volví a mi país gritando y bailando ante la despavorida y simpsoniana mirada de mis padres que después de tamaños esfuerzos de educación para que fuera un "señorito inglés" la misma antigua madre patria me había devuelto al mundo peludo, desgarbado, eufórico y rebelde a lo que hubiera sido si no hubiera ido.

Por supuesto que terminé mi educación secundaria en dos muy buenos colegios "pero de los nuestros": laicos, reos, desordenados y con todo el gustito a lo vernáculo. Y como mi destino era ser "como papá" que era un comerciante exitoso, yo entraré en la UBA -en Económicas-para llegar a ser un buen "ejecutivo". Ejecutivo no fui, por decisión propia, porque pasó que una vez que me iban a becar para entrar a Stanford University se me ocurrió, en uno de mis viajes como mochilero "bichar" a dónde iba a estudiar y cuando ví lo que era y quiénes eran preferí seguir libre, ignorante y lleno de pulgas vagando feliz y contento por este mundo con mi mochila a cuestas. Pero mi corazoncito por las CCEE siempre me quedó y las amo.

Económicas para ese entonces me quedaba chica y a pesar de ser el socio internacional más joven del American Management Association y de recibir toneladas de libros y revistas y folletos "todo de USA", a su mejor estilo yanqui, comencé a "liberarme" estudiando algo de psicología, algo de antropología, algo de sociología, mucho de filosofía y así me escapé de otro intento de que me enjaularan con barrotes de "oro" cayendo, en caída libre, al mundo de la religión. Y me hice buddhista. Un Jewbu muy peculiar, y tal vez uno de los primeros, ya que durante años había ido a misa dos veces por día y había agradecido mis comidas con un "benedictus benedicat poieisum Christum Dominum Nostum".

Y mis viajes por nuestro continente pisando nuestra país y nuestra América Latina se hicieron más frecuentes, fui a cada rincón y también al viejo continente, a Africa, a Asia y así mis pasos me depositaron por última vez en Japón. Y cada persona, cada espacio, cada cultura la disfruté y la amé, la estudié y la asumí. Es por eso que me parece que "la gran diferencia" entre las palabras con las que abrí este artículo y la liberación del ser propio y personal al mundo de la relación y de la convivencia social es en síntesis: un muy alto grado de ignorancia existencial que debemos ayudar a superar a los que la tienen.

Creo profundamente y me siento orgulloso de la cultura judeocristiana y de ser un árabe con toda su tradición a cuestas, también de todo lo que mamé en nuestro continente americano, al sur del Río Bravo y también al norte del Rio Grand, al punto que el Che y Fidel son mis grandes y absolutos ídolos contemporáneos, pero también guardo de mis años mozos a Martín Luther King y a JFK, aunque sea paradójico e incongruente. Creo y me siento orgulloso de la Hispano América es decir de todo lo español y moro con lo que mis antepasados se volvieron a Medio Oriente y de lo Ibérico Americano porque me apasiona eso lusitano que tiene gusto a bossa y a samba. Me siento totalmente identificado con la cultura Latina y con esa Roma Jurídica de la que tanto aprendí y que fue heredera del pensamiento Griego y profundo que tantas noches me desveló, y así de la potencia cultural que podríamos gestar olvidándonos de "la gran diferencia" al estrechar nuestras manos y unir nuestros corazones y esfuerzos a los verdaderos dueños milenarios de esta bendita tierra, tierra castigada y arrasada por la ignorancia y la codicia de falsos valores y de falsos ideales que nos supimos imponer.

Sé que teniendo tantos "amores" y tantos "orgullos" bien nacidos y cultivados, que estoy dispuesto a defender contra cualquier embate o cuestionamiento, aquél que tenga esa "cosa de piel" tiene en mi a un sujeto perfecto para descargar "su ira racial" y espero que lo haga antes que asumamos el gobierno nacional porque cuando ésto sea, nuestro país y nuestra sociedad va a comenzar su escalada hacia una cultura universal y hacia una civilización bien puesta en donde el ser humano individual sea por sobre las instituciones, en donde la necesidad humana y el bien común sean por sobre las fantasías de riquezas y en donde la decencia y la honradez lo mismo que el trabajo y el estudio sean apabullantes por sobre la vergüenza a la que nos han arrastrado.

Dr. Mauricio Jorge Yattah

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